Fondos marinos
Sirva este texto como un mensaje en una botella, como un aviso a navegantes de valores líquidos de profundidad incierta.
Embarcaciones de todos los mares y océanos del mundo emiten por sus canales de radio la misma advertencia: anclarse se ha vuelto tarea imposible. Nadie sabe qué ocurre en los fondos marinos (estamos demasiado ocupadas con la superficie). Fondear se ha vuelto una tarea inviable. Quisiera recabar consejos e información con los que elaborar un manual de supervivencia (ya no de resistencia, que se ha vuelto un valor claudicante). Contrarrestar el mensaje que llega de todas partes (sálvese quien pueda) con uno más esperanzador. Pero, como cantaba Enrique Morente, me faltan las fuerzas.
Líquidos son nuestros tiempos, dicen, por su forma desdibujada y su carácter continuamente cambiante. La incertidumbre se ha vuelto la unidad de medida internacional para todo lo que antes suponía un punto de apoyo: el estado, el poder judicial, los medios de comunicación, el bienestar, la salud, la naturaleza, el trabajo, los vínculos sexo-afectivos, la descendencia, el hogar, la comida o el agua dulce. Reflexionar sobre el devenir de cada uno de estos valores es una actividad de alto riesgo para la salud mental. Aunque no todo el mundo puede permitirse dicha introspección, claro.
La resistencia real (la utópica la destruimos en los albores del s.XXI y aún no hemos sido capaces de reescribirla) requiere de cuerpos hidratados y nutridos; y cada vez hay menos.
Pensar siempre fue una tarea de privilegiadas. La resistencia real (la utópica la destruimos en los albores del s.XXI y aún no hemos sido capaces de reescribirla) requiere de cuerpos hidratados y nutridos; y cada vez hay menos. Año a año, batimos cifras récords en el negocio del hambre y la malnutrición. Unas cifras descorazonadoras. Y, sí, lo he definido como un "negocio". Porque si no atajamos la desgracia no es por falta de medios (comida tiramos, mucha); revertir esta tendencia sádica supondría que los que toman las decisiones (que no son, casi nunca, los que nos "representan" en el circo parlamentario; aunque éstos se lo ponen en bandeja) dejasen de acumular ganancias y riquezas. La comida es un negocio que manejan unos pocos; el hambre, un arma de guerra menos temida pero más usada y mortífera que las nucleares. Por eso empezaba el texto diciendo que me gustaría elaborar un manual de supervivencia, que sé que hace más falta, y no uno de resistencia. Porque para resistir, primero hay que poder comer. Pero no soy capaz ni de lo uno, ni de lo otro. Sólo alcanzo a lanzar un grito bajito de auxilio.
Que el hambre es el mayor motor de cambio social en la historia humana es una idea que nos transmitieron en el instituto. Pero no nos explicaron -al menos desde la institución- cómo se gesta una revolución, ni nos contaron sus éxitos. Es por eso que muchas se han auto-convencido de lo -falsamente- fútil de las luchas colectivas. Por si fuera poco, frente a la comunidad y la interdependencia que nos salvan, se imponen la individualidad y la independencia que nos aíslan. Flotamos a la deriva (las que tenemos barco, las demás mueren ahogadas intentando llegar a uno), aisladas, casi sin esperanza y sin saber identificar el enemigo común.
Necesitamos anclarnos, sobreponernos a tanta incertidumbre, rescatar a quien no ha tenido la suerte de nacer en una superficie flotante.
El final boss, que inventó las reglas del juego, es cada vez más escurridizo. Su poder no radica en su fuerza ni en su independencia (aunque sea eso lo que pretendan exhibir), sino precisamente en saber enfrentarnos y dividirnos. Ellos (y no hago uso del género masculino por casualidad o error, pero de la vinculación del capitalismo con lo machirulo ya me desahogaré en otro momento) se están construyendo el palco desde el que observarán nuestro espectáculo goyesco. Nosotras, obedientes al amo, seguimos empecinadas en ver enemigos donde hay hermanos. Necesitamos anclarnos, sobreponernos a tanta incertidumbre, rescatar a quien no ha tenido la suerte de nacer en una superficie flotante.
En la embarcación desde la que se remite este mensaje se nos han acabado los metros de cadenas y seguimos sin encontrar el fondo. No sabemos si podremos resistir el próximo temporal. Algunos días soñamos despiertas con el naufragio (aunque lleve implícito el peligro de ahogamiento). Quizás, entonces, la tierra firme. Pero nos invade una sensación inmensamente dolorosa (que algunas han convenido en llamar "contradicción") y nos vemos obligadas a dejar de imaginar una fantasía en la que sólo nos salvamos nosotras. Es esta indecisión, esta frustración, esta inconsistencia la que nos ubica precisamente en la liquidez de los tiempos. No sabemos, ni siquiera, si queremos o no seguir flotando, ni si tendremos la oportunidad de hacerlo. Pero no queremos navegar ni una milla más solas. Por eso nos urge el ancla: porque sólo así seremos capaces de unirnos contra lo que viene. Y una estrella que nos guíe.