"Busco ya", o la adicción de Narciso
El uso de apps de "citas" perjudica seriamente la salud. Lea las instrucciones del medicamento y consulte con su farmacéutico.
Con este reclamo decenas de usuarios con o sin rostro visible esperan satisfacer, más pronto que tarde, una de sus necesidades más básicas. Desean hacerlo, además, sin demasiada charla. El flujo de la información intercambiada seguirá, en la mayor parte de los casos, el mismo orden: qué tal? qué buscas? qué te va? tienes sitio? Preguntas cuyas respuestas dan lugar a una suerte de catálogo sexual en el que, como consumidor, puedes elegir entre tus preferencias. La oferta es tan amplia y continua que el usuario medio ha entendido al fin que "el cliente siempre tiene la razón". Por esto, la poca inteligencia colectiva que queda entre la masa de consumidores de cuerpos ha alcanzado, al fin, el summum de la comunicación efectiva con fines sexuales. La recompensa puede ser muy rápida. El ego, rápidamente inflado. Sin tener datos suficientes para saber si, en este caso, fue antes el huevo o la gallina, puedo afirmar lo que observo: que hemos hecho de los vínculos meros insumos para obtener rápidas recompensas. Y nos hemos vuelto adictos.
Buscamos desesperados (con la mirada o haciendo swipe) el próximo avatar sobre el que depositar nuestras proyecciones, del que obtener la siguiente dosis
Asistimos, impasibles, a la obsolescencia programada del deseo. En el deseo hay afán de búsqueda, de hacer y hacerse preguntas; hay espera, otros tiempos. Lo que estamos desarrollando es otra cosa. Idealizamos personas, situaciones, estados anímicos. El flirteo es un producto más dentro del consumo de experiencias. Nos hemos dado cuenta de lo fácil que es obtener un chute de auto-estima. Lo que viene después del primer momento no nos genera tanta dopamina, ni interés en absoluto. Buscamos desesperados (con la mirada o haciendo swipe) el próximo avatar sobre el que depositar nuestras proyecciones, del que obtener la siguiente dosis. Pero necesitamos más cantidad para obtener la misma sensación (tolerancia) -quizás por eso los primeros encuentros son a veces tan grandilocuentes-. En el proceso, nos damos cuenta de que nuestra auto-estima depende de esos chutes (dependencia). Y, entonces, ya no hay marcha atrás.
Después de siglos de opresión, empezamos a liberarnos, por fin, del peso de la moral sexual. Surgen múltiples formas de vincularse fuera de la monogamia. Las personas que toman esta decisión, no sólo tendrán que enfrentarse a un duro trabajo interpersonal, sino al escrutinio y juicio continuo de una sociedad que dice ser moderna, pero no lo es. Entonces es cuando aparecen los oportunistas-que-todo-lo-joden. Seres cuyos vecinos calificarían como "normales", pero que juegan continuamente entre la ingenuidad y la malicia (¿No se enteran... o se hacen los tontos?). Estos seres surfean las olas de fluidez y se disfrazan de lo que no son: personas que quieren explorar nuevas formas de vincularse sin descuidar al objeto de deseo. Lobos con piel de cordero. Adictos a la recompensa que dan mala fama a las no-monogamias.
Tenemos el cocktail perfecto para que surjan decenas, miles de vínculos de objetivos inciertos y tintes narcisistas cuya comunicación eficaz dista de ser una trasferencia emocional sin tropezones de infancias sin revisar.
Si a todo ello le sumamos una conversación pendiente con una herida común (la homofobia interiorizada) y, relacionado con ello, una historia de encuentros y desencuentros con la masculinidad (casi como un síndrome de Estocolmo)... Tenemos el cocktail perfecto para que surjan decenas, miles de vínculos de objetivos inciertos y tintes narcisistas cuya comunicación eficaz dista de ser una trasferencia emocional sin tropezones de infancias sin revisar.
Líquidos son nuestros vínculos, dice Bauman, como líquidos los tiempos que atravesamos. Sin embargo, hay que aceptar que todo cambia; y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño. Nos hemos sacudido -un poco- la moral cristiana (que del tó no nos la hemos quitao) y en muchos contextos hoy se puede decidir libremente con quién o quiénes satisfacemos nuestros deseos. La idea estuvo bien planteada. Idealizamos la libertad. PERO. Siempre hay un pero. Quizás hayamos caído en nuestra propia trampa y ahora seamos menos libres que antes. ¿Acaso no hemos sustituido una norma por otra? ¿Hasta dónde nos coacciona la modernidad? ¿Dónde queda el amor? ¿Quién cuida a quién? Y, lo que más me inquieta… ¿Cómo resignificaremos la intimidad? Siempre mejor acabar con preguntas que con respuestas.